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Lo perfecto

Publicado: 2013-12-12

En 1802 el poeta, crítico literario y filósofo Samuel Coleridge escribió en su libro de notas que hay algo inherentemente vil en la acción. Sin duda, estaba sobrecargado de sensibilidad. Por algo se le tiene como el fundador del movimiento romántico inglés.

Empero, ese tipo de sensibilidad no es exclusivo patrimonio de artistas. También el grueso de los modernos científicos sociales comparten el repudio de Coleridge a lo que no se puede controlar porque simple y llanamente tiene vida propia. Así es como a más de un economista, ingeniero social y experto en políticas públicas les da urticaria que la gente decida al margen de su mundo imaginario.

Tal es como la primacía del ideal por sobre lo real es lo que invita a hablar sobre mercados imperfectos y pletóricos en “fallas”. Quien no concuerde con ese excogitar es un irracional. En su día (los locos años veinte del siglo XX) Oswald Spengler era más frontal: Ateo es para nosotros el que rechaza una teoría. ¿He aquí una nueva “teocracia”, con su sacerdocio incluido?

Quizá sea la misma “teocracia” de siempre, pues según el sociólogo Francisco Durand (Vid. «Ocho fallas», en La República, 02 de diciembre de 2013 ) la apertura económica arrastra una serie de “fallas” como la de tornar más vulnerable al país al comercializar abiertamente con el exterior, favorecer la informalidad, privilegiar la propiedad privada, alentar el enriquecimiento, hacer que se busque explotar riquezas naturales, “extranjerizar” la economía e impulsar el consumo.

Si en algunos lo ideológico se impone a los hechos para negarlos, en otros los hechos no pueden existir (es decir, no pueden ser verdaderamente “hechos”) si es que previamente no están insertos en su impoluto marco teórico. Ante ese esquema (o deidad), que un gobierno (como el que dio Sebastián Piñera en Chile) brinde a sus ciudadanos un crecimiento del 5,8% al año y que haya elevado el ingreso per cápita de US$15.000 a US$20.000 (estando a poco de llegar a los US$23.800 para tenerse como un país desarrollado) escasos serán los motivos para ser optimistas. Todo lo opuesto, incluso seguirá siendo válido seguir soñando con resucitar el predominio del estado en la economía. Es decir, resucitar todo aquello que imposibilita esos logros.

Y todo por un “afán técnico”. O bajo el camuflaje del mismo, desde donde algunos ven al país como una empresa cuando no lo es. Ya en su día el conde Saint-Simon solía hablar que una nación era en sí misma “una gran compañía industrial”. ¿El presidente como un gerente, como un gran planificador? Augusto Comte y Saint-Simon anhelaban reemplazar la Iglesia y la teología por un clero de científicos; a su entender, los únicos capaces de perfeccionar la sociedad, el mercado.

Y pensar que en sus inicios Comte y Saint-Simon concordaban con el credo liberal tan propio de su siglo, pero que por su afán de tornar perfectas a las sociedades terminaron pasando a la historia como socialistas utópicos. Curiosamente Marx se erigirá como portaestandarte del socialismo científico imaginando (en sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844) una sociedad en la que el amor y la solidaridad sean lo que se intercambie antes que el dinero. Según George Steiner, con ello Marx no hacía más que reformular los llamados a la trascendencia del profeta Jeremías.


Escrito por

Paul Laurent

Ensayista. Autor de los libros \"Summa ácrata. Ensayo sobre la justicia y el individuo\" (2005), \"La política sobre el derecho\" (2005), \"Teología y política absolutista en la génesis del derecho moderno\" (2005) y \"El misterio de un liberal. El extraño sen


Publicado en

Odiseo en tierra

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