Capitalismo velasquista
Debemos asumir que “lo moderno” de Velasco estuvo en expropiar, romper acuerdos entra las partes (los contratos) e intervenir para su ideológico provecho cada una de las instituciones del estado. Innegablemente estamos ante una visión sui géneris del desarrollo capitalista
En una reciente entrevista, el historiador y sociólogo Hugo Neira (otrora conspicuo miembro de la izquierda peruana y de SINAMOS) juzgó a la dictadura militar de los años setenta en los mejores términos: “Gracias a Velasco este país es moderno, capitalista, pues, por la revolución, pasamos del feudalismo al capitalismo. Quisimos hacer una revolución socialista, pero meamos fuera del tiesto y nos salió una revolución capitalista (ríe).”
Ciertamente su noción de lo que para él fue una gesta justiciera lleva inserta la impronta del devenir historicista que bebió en su juventud marxista (cuando la historia no son hechos del pasado, sino del futuro). Sólo así es posible entender su visión “capitalista”, que en propiamente nada tienen que ver con el capitalismo. Por lo mismo, sólo así es dable comprender su olvido de que ese orden velasquista quebró estrepitosamente en 1990.
Por lo expresado por Neira, debemos asumir que “lo moderno” de Velasco estuvo en expropiar, romper acuerdos entre las partes (los contratos) e intervenir para su ideológico provecho cada una de las instituciones del estado. Innegablemente estamos ante una visión sui géneris del desarrollo capitalista, pues bajo su programa estatizó industrias para ser gerenciadas por burócratas afines a sus arengas, creó empresas públicas y cerro mercados. En puridad, un “capitalismo” al que le hacía ascos competir y manejarse desde la idea del lucro.
Sin cinismos de por medio, ¿ese “capitalismo velasquista” fue producto de alguna oculta ética protestante que sólo agudos pensadores como Neira pueden vislumbrar? Y digo “sin cinismos” porque a fines de los años cincuenta el ocurrente Herbert Marcuse veía ese discurrir auscultando el experimento soviético. Michael Walzer recogerá ese parecer en su libro La revolución de los santos. Estudio sobre los orígenes de la política radical (1965), y lo recogerá equiparando el proceder de los puritanos ingleses del siglo XVII al de los revolucionarios rusos del siglo XX.
A entender de Walzer, el celo justiciero de protestantes y los bolcheviques se hermanan en su celo moralizador. Un celo afín al de los santos, que los convierte en gente sobria, pero también práctica y comedida. Exactamente aquello que el propio Lenin buscó a poco de tomar el poder en 1917. El discurso comunista referente al “hombre nuevo” proviene de ahí. ¿Eso es lo que Neira entiende que alentó Velasco entre nosotros?
En esa línea, de un tiempo a esta parte más de un nostálgico del desarrollismo nacional-socialista de Velasco y compañía (adviértase, el nacional-socialismo no sólo fue patrimonio de fascistas) viene proclamando que los logros económicos no se explican sin el aporte del dictador piurano. Sin rubor, en una oportunidad un miembro de la Derrama Magisterial (entidad privada encargada de la seguridad social de los docentes de colegio públicos, pero eficientemente manejada por los comunistas de Patria Roja) declaró que el presente emprededurismo de los peruanos sólo es explicable por la reforma educativa de velasquista que puso énfasis en la microempresa.
¿Fue esa microempresa de los tiempos de Velasco una entidad apta para moverse en el comercio libre o únicamente le era dable sobrevivir desde la subvención estatal? Todo indica que vivía sólo en virtud a esto último. Por consiguiente, las tesis weberianas de Marcuse y de Walzer no entraban a tallar. Suponemos que en el igualmente weberiano Neira ello no es muy diferente.