Cuando Pedro Beltrán le respondió a Hildebrandt
Histórica entrevista de César Hildebrant a Pedro Beltrán en la revista Caretas (Nº 538, 1978). Por entonces el que fuera exitoso Ministro de Economía entre 1959-1961 respondía a las ásperas interrogantes de un joven periodistas que justificaba la dictadura de Velasco por el sólo hecho de “destruir” a la antigua oligarquía peruana. Recordemos, Beltrán volvía al país luego del destierro y expropiación de sus bienes que Velasco le impuso.
Como dato a resaltar, durante su gestión ministerial el PBI tuvo un crecimiento de 9.1% en el bienio 1960-1962. Habría que esperar treinta años para que la economía peruana vuelva a conocer de un crecimiento de ese nivel.
Su llegada a la Presidencia del Consejo de Ministros y al cargo de Ministro de Economía se debió a la urgencia del presidente Manuel Prado por solucionar la crisis económica que el control de precios, los subsidios y la emisión inorgánica de dinero había producido.
Beltrán resolvió esa crisis liberando la economía, suprimiendo el control de precios (y de cambios), eliminando los subsidios, tanto como anulando la política de emisión de billetes por el Banco Central de Reserva. Incluso forzó a que los bancos privados tengan un encaje del 100% en todo aumento en los depósitos.
Como último punto de este hombre hoy injustamente olvidado, nadie hasta su arribo repararía que la «excesiva generalización de la educación estatal no hace sino cargar en exceso los costos de la enseñanza recayendo a la larga precisamente sobre los propios padres de familia.»[1]
[1] Pedro Beltrán, Pensamiento y Acción (selección de textos), Instituto de Economía de Libre Mercado, Lima, 1994, p. 179.
ENTREVISTA
En una cálida habitación del hotel, Pedro Beltrán Espantoso, sorprendentemente brioso a los 80 años, soportó a pie firme una entrevista que le intentó hacer recordar su papel en la caída de Bustamante y Rivero o el legado político del pradismo gobernante. En su saco rojo, echando mano a oportunos ajos y cebollas más bien cordiales, Beltrán habla aquí de Velasco y Milton Friedman, de la reforma agraria de hoy y de La Prensa de ayer, y sobre todo, de sus ideas de siempre.
Usted se expresa como uno de los más nostálgicos defensores de la democracia en el Perú. Esto resulta extraño en alguien que, como usted, hizo todo lo posible por frustrar el experimento democrático de Bustamante. ¿No hay una contradicción entre el Beltrán de hoy y el de antes?
¡Nunca tuve nada que ver con una intentona de revolución! ¡Nada! Me han achacado eso toda la vida…
¿Y por qué se lo achacaron?
Usted es muy inocente si cree que los políticos son incapaces de achacar algo que no es exacto. Yo lo creía más experimentado… Usted es todavía joven…
Y usted se opuso a Bustamante…
Eso es otra cosa…
Y usted alentó el golpe de Odría…
¡Yo no he alentado nada! Yo en eso no transijo con nadie, oiga usted. Pero también tiene que ver lo que pasó con Odría. Nadie hizo tanto para que Odría no se quedara como los de La Prensa. Y digo «los de La Prensa» porque yo era director, pero todo el personal pensaba lo mismo.
Eso se le reconoce, pero eso fue después de que La Prensa alentara una subversión contra Bustamante.
¿Contra Bustamante? No. No.
¿No es cierto que el desabastecimiento que padeció Lima durante el régimen de Bustamante se debió también a que dueños de fundos, como usted, provocaron una escasez artificial?
¿Escasez de qué?
De productos de pan llevar, por ejemplo.
No era nada parecido a lo que está sucediendo ahora. Es lo que más me ha impresionado al llegar aquí. Las quejas de todo el mundo sobre los precios. Precios que están por las nubes, calculando con lo que han sido siempre. Yo recuerdo cuando, en tiempos de Odría creo que fue, las papas subieron a 4 soles. Y hoy alguien me dijo que las papas cuestan —espero que sea cierto, pues no he ido al mercado a cerciorarme— 16 y 18 soles. Cuatro veces y media más…
Lo que creo francamente es que usted representa una corriente política para la cual la democracia es buena hasta donde sirve a sus intereses. Pero cuando deja de servir para esos intereses esa democracia puede ser sustituida inclusive por una autocracia como la de Chile. ¿Estoy equivocado o no?
A usted se le pueden ocurrir muchas ideas que no tienen ninguna base, como esta. Toda mi vida he sido lo contrario. Pero si a usted se le ocurre eso, qué voy a hacer…
Usted plantea que los diarios están mal…
¿Que el diario está mal?
Que los diarios están mal, que la prensa diaria está mal. Que no hay pluralismo, que no hay libertad de expresión, lo que me parece correcto. Pero le pregunto a usted: En La Prensa, que usted dirigió, ¿hubo libertad de expresión para la gente de izquierda?
¡Cómo no la iba a haber! Había libertad de expresión para quien quería darse el trabajo de escribir algo para publicar. El que quería sacar una publicación la sacaba y no tenía ninguna dificultad. La Prensa no era yo. Yo era la cabeza de turco de La Prensa. Pero había muchos periodistas que tenían sus ideas y las sostenían muy bien…
Como Sebastián Salazar Bondy…
Y la primera, oiga usted, la primera cosa que hubo para la salida de Odría fue un famoso documento —quizás usted lo recuerde, con 111 firmas— que salió de La Prensa, pidiendo elecciones. Y al final se salió de Odría, sin dispararse un solo tiro.
Usted es extraordinariamente hábil e inteligente, y esa habilidad e inteligencia le permiten evadir olímpicamente mis preguntas. Cosa à la que estoy acostumbrado, relativamente. Pero me parece realmente un abuso de parte suya que usted no me responda lo que le acabo de preguntar. Yo le estoy preguntando si en La Prensa que usted dirigió hubo o no libertad de prensa para la gente que pensaba distinto, la gente de izquierda…
La Prensa no era sino uno de los tantos periódicos. La libertad significa que un periódico pueda sostener lo que quiera. Eso es lo que es libertad de prensa. Y eso lo había entonces. Pero donde veo que usted no me conoce en lo menor es donde me dice que soy hábil, inteligente. Es todo lo contrario. Carezco de todas esas cualidades. El día que usted me conozca un poco más, con franqueza me va a decir: «Qué razón tenía usted cuando me dijo ese día que no era ni inteligente ni hábil».
¿Es que la política peruana está tan devaluada que las personas que no tienen nada de habilidad ni de inteligencia se pueden convertir en personajes?
Si yo fui personaje, debe ser así.
Usted fue un hombre poderoso, importante, símbolo de un sector de poder. Usted fue uno de los más notoriamente perjudicados con el proceso de reformas del general Velasco. ¿Eso no ha producido en usted una suerte de resentimiento?
Quizás usted será así. Yo no lo soy. Lo que me da mucha pena es ver que el pobre Perú, mi Perú, mi patria, no tenga siquiera libertad de prensa. Eso sí es algo que da pena. Porque hay que remontarse a tiempos de Luis XIV, que decía «El Estado soy yo»… entonces resulta que aquí también la prensa pertenece a los que están en el gobierno. Y eso hace perder toda credibilidad, porque, como muy bien dijo el señor Morales Bermúdez cuando, recién asumida la jefatura de la junta, habló de la transferencia de los diarios a esas llamadas comunidades, o asociaciones: «Con el estatismo los periódicos terminan en la adulación». Es verdad. El lo dijo y creo que esta vez tuvo razón.
¿No hay nada que usted haya hecho de lo cual esté arrepentido? ¿O cree que todo lo hizo bien?
Yo todo lo hice mal. Lo único que puedo decir es que lo hago con sana intención. Yo me he equivocado muchas veces en la vida. No soy tan tonto como para creer que nunca me equivoco.
Usted es un testigo viviente de un largo período en la historia del Perú. ¿Cuál cree que fue el período más importante para el país en los últimos 60 años?
A mí me parece que el período más importante es aquel al que todos deberíamos esperar regresar. Y fue cuando, al término de la Coalición, el año 95, en lugar de poner a un dictador, Piérola se lanzó y, naturalmente, fue elegido, porque era el hombre que había encabezado el levantamiento general contra los cuarteles. De ahí se siguió con elecciones, había libertad absoluta para todos. Esa fue una época dorada para el Perú. Lo principal es que haya libertad. Pero libertad efectiva. Es una lástima que desde entonces las cosas hayan caminado tan distintamente, con ciertas excepciones.
¿Qué es lo que más le reprocharía al régimen de Velasco?
Que fuera un dictador…
¿Y tuvo alguna virtud?
Es difícil encontrar una… Usted sí la habrá encontrado, por la pregunta que me hace.
Insisto: ¿Tuvo alguna virtud?
Y yo le contesto: ¿Y usted la ha encontrado?
Pero está evadiendo mi pregunta.
Pero yo también puedo preguntar.
Bueno, le contesto: Sí, tuvo la virtud de sacudir a este país de una casta de poder que había retrasado su avance social y económico. Ya le contesté, don Pedro. Ahora, dígame, ¿usted cree que eso constituyó una virtud de Velasco?
¿Y usted considera que es una buena cosa que el costo de vida esté como esté?
No, por supuesto.
¿Y entonces? ¿Por qué eso? ¿Quién lo hizo? Quien inició todo fue Velasco. Y eso es lo más serio. Porque encarecer el costo de vida es hacer caer el peso de la tributación sobre el que menos tiene. Eso hay que tenerlo en cuenta. Aquí consideran que eso no hay que tomarlo en consideración. ¡Cómo que no hay que tomarlo en cuenta! Hay gente que apenas tiene para comer. ¿Qué hace cuando suben los precios? Eso sí que es un crimen. Y, sin embargo, en eso estamos desde que entró Velasco.
Pero cuando usted fue ministro de Hacienda hubo alzas, dolorosas alzas, ¿verdad?
¡Mentira!
¿Me quiere decir que no hubo una sola alza?
No. Usted está en las nubes. ¿O usted pone preguntas porque cree que me va a impresionar? Yo respondo la verdad. Cuando Prado me llamó era precisamente porque estaba subiendo el costo de vida. Había malestar, incluso ya comenzaban a hablar de un golpe. Prado me llamó y me dijo: «Mira, tú estás contra la revolución. Yo te llamo porque lo que está ocurriendo es muy serio. Lo que está pasando es que el costo de vida está subiendo. Si esto sigue así, alguien va a dar un golpe. Tú entiendes de la cuestión económica… ». Yo lo pensé y la verdad que… Entonces él me decía: «Dime de otra persona que entienda de esto». Muy bien. Entonces regresé y acepté y me dediqué a una cosa: Que el costo de vida no siguiera subiendo. Yo creí que eso iba a demorar más de un año. En mi primera intervención en la Cámara dije que no llegaríamos a dos años antes de que el costo de vida ya se hubiese estabilizado. Me equivoqué. Fue a los nueve meses que cesó de seguir subiendo. Pero, eso sí: Se hizo con estrictez, sin consideraciones, sin favores, sin permitir que todo el mundo metiera la mano.
Es decir, que durante los primeros nueve meses de su gestión hubo alzas.
Sí, porque eso no se puede parar de golpe. Parece que usted no entiende de…
Usted sí entiende, ¿verdad?
Toda mi vida no he hecho sino estudiar estos asuntos.
Bueno, le pregunto entonces a un entendido: ¿Cómo ve la solución para la crisis económica actual?
A mi me parece que usted pone mal la pregunta. Lo que usted quiere decir es a qué se debe la inflación. Así entiendo yo su pregunta. Si usted sabe a qué se debe, entonces sabrá cómo se paraliza. La inflación es el resultado de imprimir billetes. Eso en una época se llamaba «la maquinita». No sé si usted se acuerda. Usted es muy joven. Ahora se llama «programa de los medios de pago». Ya no pronuncian la palabra billete. Bueno, es verdad que este es un fenómeno general. Aunque hay, por lo menos, una excepción. En Suiza —nadie habla de Suiza porque es un buen ejemplo—, el último índice de costo de vida, que creo que es de diciembre, había bajado de un décimo de uno por ciento. Y en cuanto a los desocupados, en lugar de ser 27,323 eran 22,432. ¡En todo el país! Entonces, usted ve que hay cómo impedir el alza del costo de vida. Eso que dicen que se debe a lo que pasa en el mundo, es un disparate. Lo que se debe al alza del costo de vida es la inflación que se da en tantos países, en unos más que en otros. Nosotros, desgraciadamente, estamos haciendo una inflación en gran escala. Y aquí no se sabe cuál es el monto real de las emisiones de billetes. Antiguamente, cuando había libertad de prensa en el Perú, en La Prensa publicábamos todos los meses un diagrama con la cantidad de billetes en circulación. De manera que ahí se veía inmediatamente cuándo aumentaban las emisiones. Ahora ni se informa, ni se opina, ni se critica. Imagínese que el último boletín del Banco de Reserva es de julio del año pasado. ¿Cómo quiere que el país sepa lo que está pasando? Que informen. Esta es nuestra tierra. Y el Banco Central de Reserva es de los peruanos.
¿Usted cree que sólo la emisión inorgánica de billetes sea la causa de todo?
Claro.
¿Sólo eso?
Claro. Lo hicimos cuando Prado.
O sea que la solución es parar la emisión de billetes.
Pero no así, pues. Para cortar la emisión de billetes es preciso también cortar el dispendio, el gasto innecesario, el gasto que es posible no hacer. En su casa, su señora se quejará cuando los precios suben. Y usted tiene que producir más dinero. Ella no puede emitir billetes y usted tampoco. Pero con el gobierno no pasa eso. El gobierno comienza por gastar más que las entradas. Y después viene el problema: ¿De dónde sacar la plata? ¿Poner impuestos?… (y creo que éstos han puesto ya bastantes). Pero eso trae el problema de que la gente se queja. Por el contrario, la maquinita es algo que se ha inventado y que la mayoría de la gente no lo sabe. Y termina por destruir al país.
Si usted fuera mañana ministro de Economía, ¿cuál seríà la primera medida que tomaría?
Bueno, felizmente puedo estar seguro de que nadie me va a pedir que ocupe ese cargo. Y lo digo porque debe ser un verdadero dolor de cabeza. Un país en crisis es como un enfermo grave. Al enfermo grave hay que empezar a tratarlo por lo más urgente, por lo más vital. Eso es cortar el dispendio, cortar el gasto innecesario.
¿Y si yo le pido que me dé dos ejemplos de dispendio?
Si le digo dos, no le digo nada. Tendría que darle doscientos y ponerme a escribir todo. Un gobierno no puede… Por eso yo siempre digo que las amas de casa son los verdaderos ministros de la economía familiar. Y si usted les pregunta qué cortarían, ellas sabrían qué contestar. Esto es lo mismo. No puede seguir gastándose más que las entradas. En Alemania, después de la Primera Guerra Mundial, se pusieron a gastar como aquí y llegó el momento en que se iba à la plaza del mercado con carretillas llenas de billetes para comprar lo del día, porque no había billetes de muy alta denominación.
Hay quienes sostienen que la inflación no se debe exclusivamente a lo que usted llama maquinita, sino que hay una raíz estructural en el asunto. Es decir, un proceso de redistribución del ingreso, que suma para el consumo a determinadas capas, y se enfrenta a una rigidez histórica en la oferta de la producción alimenticia, ya constituye un factor inflacionario. No sólo eso: Hay quienes sostienen que un país como el nuestro tendrá que asumir la inflación como doloroso ingrediente de su desarrollo. El equilibrio óptimo del que usted habla significa sencillamente la parálisis del país. Brasil vive con inflación y no ha enfrentado ningún proceso de reformas…
Parálisis es la que tenemos ahora aquí. Parálisis es que la producción de la agricultura ha bajado y sigue bajando.
¿No hay entonces sino una explicación —la suya— para la inflación? ¿No es posible hablar de un problema estructural, vinculado al desarrollo?
¡Eso de estructural! Yo quiero que me explique qué es un problema estructural. Lo que está pasando ahora, no sé si es estructural pero es un problema muy serio para las amas de casa.
En eso estamos de acuerdo. Pero lo que yo quiero es llegar à la esencia de su pensamiento.
Ya lo he dicho. ¿Usted quiere que los precios suban? Póngase a imprimir billetes. Eso ha pasado en el Perú y en todas partes donde se ha hecho lo mismo. Pero es eso, de manera que todas esas expresiones… Usted está como los economistas, que siempre hablan para que no los entiendan.
Pero usted es un entendido, un economista…
Pero no soy tan técnico ni soy tan buen economista que sepa usar palabras que nadie entiende. A mí me preocupa que la plaza no cueste más. Cuando otros imprimen billetes y llaman a eso medios de pago, yo lo llamo maquinita. Yo no entiendo ese vocabulario. Yo estoy bien abajo…
Ese arte de subestimarse para que otros lo sobreestimen es muy peruano, y muy inteligente, pero…
Yo no quiero que usted me sobreestime, porque cuando me conozca bien me va a estimar en lo que valgo, que es muy poco… Pero le diré que es muy grata una conversación con usted. Porque usted permite y busca que uno conteste las cosas como son. A mí no me gusta usar palabras raras porque creo que muchos las dicen para impresionar; como decía alguien, «para impresionar a los indígenas».
Imagino que usted ha tenido tiempo para meditar sobre los partidos políticos del Perú, y tal vez habrá hecho una elección íntima. ¿O sigue siendo de los independientes?
En realidad no he tenido tiempo. No se olvide que sólo hace muy poco que estoy aquí. Y la información que tengo es únicamente de las personas con quienes converso. No se puede decir que me informo de los periódicos, porque éstos no están hechos para informar. Están hechos para no informar. Están hechos para cojudear.
Ese es un término que a usted le gusta, ¿no? Porque también lo emplea en su libro…
Mi lenguaje es el lenguaje de la chacra. Yo me crié en Cañete. Y las palabras que uso son las que me parecen que expresan mejor lo que quiero decir…
No, si yo no tengo nada contra esa palabra. En este caso, me parece precisa…
¡Muy bien! ¡Así que a usted le parece precisa! ¡Eso sí no me voy a olvidar!
Usted es un criollazo, don Pedro, y como buen criollazo es muy astuto. Pero le sugiero que no sea tan astuto porque se va a notar. Y el arte de la astucia consiste en que nadie repare en ella.
Fíjese, pues, el juego de palabras que me hace…
¿Por quién votaría usted?
¿Sabe lo que pasa?
¿Por quién votaría usted?
¡Cómo le voy a contestar si todavía nadie empezó su campaña! Sólo Haya hizo un discurso en la Plaza de Armas. Y después otro en lca. Oiga usted, ¿y ya entrevistó a Haya?
Sí.
¿Ahora?
No, ahora no.
Hay que hacerlo, tiene usted que hacerlo. No es aburrido estar con él.
Cuénteme algo de usted. Le voy a decir con franqueza que para mi generación usted sólo era un símbolo, alguien despojado de espesor humano, una figura geométrica…
Me fregó, ah, ¡carajo!… Figura geométrica.
Lo que quiero decir es que usted era demasiado una figura pública. Quisiera saber algo de usted. ¿Lee usted? ¿Qué lee?
Leo sobre todo cuestiones que están relacionadas con la economía.
¿Cuál es su autor preferido en economía? ¿Marx?
Marx es como Adam Smith.
¿Y Milton Friedman?
Ese es el número uno. Porque piensa en el ser humano como es y en las acciones de los gobiernos como son. Hay economistas, en cambio, que piensan que la felicidad de los hombres se da por teorías. Bastantes teorías hemos tenido ya aquí. Había eso que se llamaban principios…
¿Las Bases Ideológicas de la Revolución?
Las Bases Ideológicas de la Revolución. Que tal resultado, ¡carajo! ¡Si no hay ni pa” comer! ¡Y todavía dicen que si la Constituyente pone de lado algo de eso, la anulan, la botan! Milton Friedman es otra cosa. El dice que las cosas hay que juzgarlas por su resultado. El pasó por Chile y ahí se encontró con una serie de gente que había estudiado en la Universidad de Chicago, que habían sido sus alumnos. Entonces, el les dijo: lo que hay que hacer es que los hombres actúen por sí mismos, que los lleven sus deseos de beneficio personal… No como Zimmermann, que es un San Francisco moderno. No había que aspirar a… ¿cómo le llaman?, lucro. El lucro es un crimen. Friedman dijo: ¿Cómo quieren ustedes que un pobre hombre, que sacan del cuartel, pueda manejar la economía? Tienen que hacerlo ustedes. Y lo que él dijo se empezó a aplicar. ¿Cuál es el resultado? Hasta hace un año y medio todos hablaban pestes de Pinochet. Ahora, están hablando de cómo están mejorando las cosas en Chile. Eso lo oye usted no sólo en Chile sino en Estados Unidos.
Para mucha gente, usted es el representante más neto de la derecha, de la reacción en el Perú. ¿Qué piensa de eso?
Con mi vulgaridad de chacra ya le iba a decir una palabra que no debo…
Dígala, nomás, don Pedro, vamos…
No me interesan las derechas ni las izquierdas. Me importan un caracol. Y no se dedican a hacer el bien a nadie. Yo lo que quiero hacer es el bien a la mayoría. A mí que me llamen reaccionario, de derecha, no me importa. Para hablar de política hay que hablar del bienestar de la gente, que es la medida de todo.
¿Cree usted que el régimen de Prado buscó el bienestar de las mayorías?
Infinitamente más que éste. Es decir, no se compara. Nunca hemos estado en una situación como la de ahora.
¿Usted cree que el gobierno de Manuel Prado fue un gobierno para el pueblo?
Infinitamente. ¡Va usted a comparar!
Claro que eso no fue para alguna gente.
¿Para qué gente?
Para los campesinos de Rancas, por ejemplo.
Yo no sé qué hacían los campesinos de Rancas. Pero sí sé que ahora la producción está bajando en toda la agricultura. Y eso afecta a todo el mundo.
¿Usted cree que la reforma agraria no era necesaria para el país?
¿A qué se refiere? ¿Al disparate que han hecho? Vaya usted a Italia y va a ver lo que es reforma agraria. Pero lo que han hecho aquí es un crimen. Yo toda la vida he sido partidario de la reforma agraria, pero eso significa que la tierra produzca más, que haya más alimentos. Aquí se han atrevido a dar la medida que debe tener cada chacra, como si la tierra fuera igual en todas partes. Eso revela una ignorancia absoluta…
¿Usted cree que la «revolución verde» podría sustituir à la reforma agraria?
No le llame reforma agraria a esto. Esto es el disparate agrario. La «revolución verde» es vital en todas partes. Cerca de Manila se ha arreglado un centro técnico para hacer la «revolución verde». Han aumentado diez veces el rendimiento de la tierra. Eso sí es bueno para la pobre gente…
(Reproducido en Proyecto República)