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Cuando Pedro Beltrán le respondió a Hildebrandt

Publicado: 2014-01-15

Histórica entrevista de César Hildebrant a Pedro Beltrán en la revista Caretas (Nº 538, 1978). Por entonces el que fuera exitoso Ministro de Economía entre 1959-1961 respondía a las ásperas interrogantes de un joven periodistas que justificaba la dictadura de Velasco por el sólo hecho de “destruir” a la antigua oligarquía peruana. Recordemos, Beltrán volvía al país luego del destierro y expropiación de sus bienes que Velasco le impuso.

Como dato a resaltar, durante su gestión ministerial el PBI tuvo un crecimiento de 9.1% en el bienio 1960-1962. Habría que esperar treinta años para que la economía peruana vuelva a conocer de un crecimiento de ese nivel.

Su llegada a la Presidencia del Consejo de Ministros y al cargo de Ministro de Economía se debió a la urgencia del presidente Manuel Prado por solucionar la crisis económica que el control de precios, los subsidios y la emisión inorgánica de dinero había producido.

Beltrán resolvió esa crisis liberando la economía, suprimiendo el control de precios (y de cambios), eliminando los subsidios, tanto como anulando la política de emisión de billetes por el Banco Central de Reserva. Incluso forzó a que los bancos privados tengan un encaje del 100% en todo aumento en los depósitos.

Como último punto de este hombre hoy injustamente olvidado, nadie hasta su arribo repararía que la «excesiva generalización de la educación estatal no hace sino cargar en exceso los costos de la enseñanza recayendo a la larga precisamente sobre los propios padres de familia.»[1]

[1] Pedro Beltrán, Pensamiento y Acción (selección de textos), Instituto de Economía de Libre Mercado, Lima, 1994, p. 179.


ENTREVISTA

En una cálida habi­ta­ción del hotel, Pedro Bel­trán Espan­toso, sor­pren­den­te­mente brioso a los 80 años, soportó a pie firme una entre­vista que le intentó hacer recor­dar su papel en la caída de Bus­ta­mante y Rivero o el legado polí­tico del pra­dismo gober­nante. En su saco rojo, echando mano a opor­tu­nos ajos y cebo­llas más bien cor­dia­les, Bel­trán habla aquí de Velasco y Mil­ton Fried­man, de la reforma agra­ria de hoy y de La Prensa de ayer, y sobre todo, de sus ideas de siempre.

Usted se expresa como uno de los más nos­tál­gi­cos defen­so­res de la demo­cra­cia en el Perú. Esto resulta extraño en alguien que, como usted, hizo todo lo posi­ble por frus­trar el expe­ri­mento demo­crá­tico de Bus­ta­mante. ¿No hay una con­tra­dic­ción entre el Bel­trán de hoy y el de antes?

¡Nunca tuve nada que ver con una inten­tona de revo­lu­ción! ¡Nada! Me han acha­cado eso toda la vida…

¿Y por qué se lo achacaron?

Usted es muy inocente si cree que los polí­ti­cos son inca­pa­ces de acha­car algo que no es exacto. Yo lo creía más expe­ri­men­tado… Usted es toda­vía joven…

Y usted se opuso a Bustamante…

Eso es otra cosa…

Y usted alentó el golpe de Odría…

¡Yo no he alen­tado nada! Yo en eso no tran­sijo con nadie, oiga usted. Pero tam­bién tiene que ver lo que pasó con Odría. Nadie hizo tanto para que Odría no se que­dara como los de La Prensa. Y digo «los de La Prensa» por­que yo era di­rector, pero todo el per­so­nal pen­saba lo mismo.

Eso se le reco­noce, pero eso fue des­pués de que La Prensa alen­tara una sub­ver­sión con­tra Bustamante.

¿Con­tra Bus­ta­mante? No. No.

¿No es cierto que el des­abas­te­ci­miento que pade­ció Lima durante el régi­men de Bus­ta­mante se debió tam­bién a que due­ños de fun­dos, como usted, pro­vo­ca­ron una esca­sez artificial?

¿Esca­sez de qué?

De pro­duc­tos de pan lle­var, por ejem­plo.

No era nada pare­cido a lo que está suce­diendo ahora. Es lo que más me ha impre­sio­nado al lle­gar aquí. Las que­jas de todo el mundo sobre los pre­cios. Pre­cios que están por las nubes, cal­cu­lando con lo que han sido siem­pre. Yo recuerdo cuando, en tiem­pos de Odría creo que fue, las papas subie­ron a 4 soles. Y hoy alguien me dijo que las papas cues­tan —espero que sea cierto, pues no he ido al mer­cado a cer­cio­rarme— 16 y 18 soles. Cua­tro veces y media más…

Lo que creo fran­ca­mente es que usted repre­senta una corriente polí­tica para la cual la demo­cra­cia es buena hasta donde sirve a sus intere­ses. Pero cuando deja de ser­vir para esos intere­ses esa demo­cra­cia puede ser sus­ti­tuida inclu­sive por una auto­cra­cia como la de Chile. ¿Estoy equi­vo­cado o no?

A usted se le pue­den ocu­rrir muchas ideas que no tie­nen nin­guna base, como esta. Toda mi vida he sido lo con­tra­rio. Pero si a usted se le ocu­rre eso, qué voy a hacer…

Usted plan­tea que los dia­rios están mal…

¿Que el dia­rio está mal?

Que los dia­rios están mal, que la prensa dia­ria está mal. Que no hay plu­ra­lismo, que no hay liber­tad de expre­sión, lo que me parece correcto. Pero le pre­gunto a usted: En La Prensa, que usted diri­gió, ¿hubo liber­tad de expre­sión para la gente de izquierda?

¡Cómo no la iba a haber! Había liber­tad de expre­sión para quien que­ría darse el tra­bajo de escri­bir algo para publi­car. El que que­ría sacar una publi­ca­ción la sacaba y no tenía nin­guna difi­cul­tad. La Prensa no era yo. Yo era la cabeza de turco de La Prensa. Pero había muchos perio­dis­tas que tenían sus ideas y las sos­te­nían muy bien…

Como Sebas­tián Sala­zar Bondy…

Y la pri­mera, oiga usted, la pri­mera cosa que hubo para la salida de Odría fue un famoso docu­mento —qui­zás usted lo recuerde, con 111 fir­mas— que salió de La Prensa, pidiendo elec­cio­nes. Y al final se salió de Odría, sin dis­pa­rarse un solo tiro.

Usted es extra­or­di­na­ria­mente hábil e inte­li­gente, y esa habi­li­dad e inte­li­gen­cia le per­mi­ten eva­dir olím­pi­ca­mente mis pre­gun­tas. Cosa à la que estoy acostum­brado, rela­ti­va­mente. Pero me parece real­mente un abuso de parte suya que usted no me res­ponda lo que le acabo de pre­gun­tar. Yo le estoy pre­gun­tando si en La Prensa que usted diri­gió hubo o no liber­tad de prensa para la gente que pen­saba dis­tinto, la gente de izquierda…

La Prensa no era sino uno de los tan­tos perió­di­cos. La liber­tad sig­ni­fica que un perió­dico pueda sos­te­ner lo que quiera. Eso es lo que es liber­tad de prensa. Y eso lo había enton­ces. Pero donde veo que usted no me conoce en lo menor es donde me dice que soy hábil, inte­li­gente. Es todo lo con­tra­rio. Carezco de todas esas cua­li­da­des. El día que usted me conozca un poco más, con fran­queza me va a decir: «Qué razón tenía usted cuando me dijo ese día que no era ni inte­li­gente ni hábil».

¿Es que la polí­tica peruana está tan deva­luada que las per­so­nas que no tie­nen nada de habi­li­dad ni de inte­li­gen­cia se pue­den con­ver­tir en personajes?

Si yo fui per­so­naje, debe ser así.

Usted fue un hom­bre pode­roso, impor­tante, sím­bolo de un sec­tor de poder. Usted fue uno de los más noto­ria­mente per­ju­di­ca­dos con el pro­ceso de refor­mas del gene­ral Velasco. ¿Eso no ha pro­du­cido en usted una suerte de resentimiento?

Qui­zás usted será así. Yo no lo soy. Lo que me da mucha pena es ver que el pobre Perú, mi Perú, mi patria, no tenga siquiera liber­tad de prensa. Eso sí es algo que da pena. Por­que hay que remon­tarse a tiem­pos de Luis XIV, que decía «El Estado soy yo»… enton­ces resulta que aquí tam­bién la prensa per­te­nece a los que están en el gobierno. Y eso hace per­der toda cre­di­bi­li­dad, por­que, como muy bien dijo el señor Mora­les Ber­mú­dez cuando, recién asu­mida la jefa­tura de la junta, habló de la trans­fe­ren­cia de los dia­rios a esas lla­ma­das comu­ni­da­des, o aso­cia­cio­nes: «Con el esta­tismo los perió­di­cos ter­mi­nan en la adu­la­ción». Es ver­dad. El lo dijo y creo que esta vez tuvo razón.

¿No hay nada que usted haya hecho de lo cual esté arre­pen­tido? ¿O cree que todo lo hizo bien?

Yo todo lo hice mal. Lo único que puedo decir es que lo hago con sana inten­ción. Yo me he equi­vo­cado muchas veces en la vida. No soy tan tonto como para creer que nunca me equivoco.

Usted es un tes­tigo viviente de un largo período en la his­to­ria del Perú. ¿Cuál cree que fue el período más impor­tante para el país en los últi­mos 60 años?

A mí me parece que el período más impor­tante es aquel al que todos debe­ría­mos espe­rar regre­sar. Y fue cuando, al tér­mino de la Coa­li­ción, el año 95, en lugar de poner a un dic­ta­dor, Pié­rola se lanzó y, natu­ral­mente, fue ele­gido, por­que era el hom­bre que había enca­be­zado el levan­ta­miento gene­ral con­tra los cuar­te­les. De ahí se siguió con elec­cio­nes, había liber­tad abso­luta para todos. Esa fue una época dorada para el Perú. Lo prin­ci­pal es que haya liber­tad. Pero liber­tad efec­tiva. Es una lás­tima que desde enton­ces las cosas hayan cami­nado tan dis­tin­ta­mente, con cier­tas excepciones.

¿Qué es lo que más le repro­cha­ría al régi­men de Velasco?

Que fuera un dictador…

¿Y tuvo alguna virtud?

Es difí­cil encon­trar una… Usted sí la habrá encon­trado, por la pre­gunta que me hace.

Insisto: ¿Tuvo alguna virtud?

Y yo le con­testo: ¿Y usted la ha encontrado?

Pero está eva­diendo mi pregunta.

Pero yo tam­bién puedo preguntar.

Bueno, le con­testo: Sí, tuvo la vir­tud de sacu­dir a este país de una casta de poder que había retra­sado su avance social y eco­nó­mico. Ya le con­testé, don Pedro. Ahora, dígame, ¿usted cree que eso cons­ti­tuyó una vir­tud de Velasco?

¿Y usted con­si­dera que es una buena cosa que el costo de vida esté como esté?

No, por supuesto.

¿Y enton­ces? ¿Por qué eso? ¿Quién lo hizo? Quien inició todo fue Velasco. Y eso es lo más serio. Por­que enca­re­cer el costo de vida es hacer caer el peso de la tri­bu­ta­ción sobre el que menos tiene. Eso hay que tenerlo en cuenta. Aquí con­si­de­ran que eso no hay que tomarlo en con­si­de­ra­ción. ¡Cómo que no hay que tomarlo en cuenta! Hay gente que ape­nas tiene para comer. ¿Qué hace cuando suben los pre­cios? Eso sí que es un cri­men. Y, sin embargo, en eso esta­mos desde que entró Velasco.

Pero cuando usted fue minis­tro de Hacienda hubo alzas, dolo­ro­sas alzas, ¿ver­dad?

¡Men­tira!

¿Me quiere decir que no hubo una sola alza?

No. Usted está en las nubes. ¿O usted pone pre­gun­tas por­que cree que me va a impre­sio­nar? Yo res­pondo la ver­dad. Cuando Prado me llamó era pre­ci­sa­mente por­que estaba subiendo el costo de vida. Había males­tar, incluso ya comen­za­ban a hablar de un golpe. Prado me llamó y me dijo: «Mira, tú estás con­tra la revo­lu­ción. Yo te llamo por­que lo que está ocu­rriendo es muy serio. Lo que está pasando es que el costo de vida está subiendo. Si esto sigue así, alguien va a dar un golpe. Tú entien­des de la cues­tión eco­nó­mica… ». Yo lo pensé y la ver­dad que… Enton­ces él me decía: «Dime de otra per­sona que entienda de esto». Muy bien. Enton­ces regresé y acepté y me dedi­qué a una cosa: Que el costo de vida no siguiera subiendo. Yo creí que eso iba a demo­rar más de un año. En mi pri­mera inter­ven­ción en la Cámara dije que no lle­ga­ría­mos a dos años antes de que el costo de vida ya se hubiese esta­bi­li­zado. Me equi­vo­qué. Fue a los nueve meses que cesó de seguir subiendo. Pero, eso sí: Se hizo con estric­tez, sin con­si­de­ra­cio­nes, sin favo­res, sin per­mi­tir que todo el mundo metiera la mano.

Es decir, que durante los pri­me­ros nueve meses de su ges­tión hubo alzas.

Sí, por­que eso no se puede parar de golpe. Parece que usted no entiende de…

Usted sí entiende, ¿verdad?

Toda mi vida no he hecho sino estu­diar estos asuntos.

Bueno, le pre­gunto enton­ces a un enten­dido: ¿Cómo ve la solu­ción para la cri­sis eco­nó­mica actual?

A mi me parece que usted pone mal la pre­gunta. Lo que usted quiere decir es a qué se debe la infla­ción. Así entiendo yo su pre­gunta. Si usted sabe a qué se debe, enton­ces sabrá cómo se para­liza. La infla­ción es el resul­tado de impri­mir bille­tes. Eso en una época se lla­maba «la maqui­nita». No sé si usted se acuerda. Usted es muy joven. Ahora se llama «pro­grama de los medios de pago». Ya no pro­nun­cian la pala­bra billete. Bueno, es ver­dad que este es un fenó­meno gene­ral. Aun­que hay, por lo menos, una excep­ción. En Suiza —nadie habla de Suiza por­que es un buen ejem­plo—, el último índice de costo de vida, que creo que es de diciem­bre, había bajado de un décimo de uno por ciento. Y en cuanto a los desocu­pa­dos, en lugar de ser 27,323 eran 22,432. ¡En todo el país! Enton­ces, usted ve que hay cómo impe­dir el alza del costo de vida. Eso que dicen que se debe a lo que pasa en el mundo, es un dis­pa­rate. Lo que se debe al alza del costo de vida es la infla­ción que se da en tan­tos paí­ses, en unos más que en otros. No­sotros, des­gra­cia­da­mente, esta­mos haciendo una infla­ción en gran escala. Y aquí no se sabe cuál es el monto real de las emi­sio­nes de bille­tes. Anti­gua­mente, cuando había liber­tad de prensa en el Perú, en La Prensa publi­cá­ba­mos todos los me­ses un dia­grama con la can­ti­dad de bille­tes en cir­cu­la­ción. De manera que ahí se veía inme­dia­ta­mente cuándo aumen­ta­ban las emi­sio­nes. Ahora ni se informa, ni se opina, ni se cri­tica. Ima­gí­nese que el último bole­tín del Banco de Reserva es de julio del año pasado. ¿Cómo quiere que el país sepa lo que está pasando? Que in­formen. Esta es nues­tra tie­rra. Y el Banco Cen­tral de Reserva es de los peruanos.

¿Usted cree que sólo la emi­sión inor­gá­nica de bille­tes sea la causa de todo?

Claro.

¿Sólo eso?

Claro. Lo hici­mos cuando Prado.

O sea que la solu­ción es parar la emi­sión de billetes.

Pero no así, pues. Para cor­tar la emi­sión de bille­tes es pre­ciso tam­bién cor­tar el dis­pen­dio, el gasto inne­ce­sa­rio, el gasto que es posi­ble no hacer. En su casa, su señora se que­jará cuando los pre­cios suben. Y usted tiene que pro­du­cir más dinero. Ella no puede emi­tir bille­tes y usted tam­poco. Pero con el gobierno no pasa eso. El gobierno comienza por gas­tar más que las entra­das. Y des­pués viene el pro­blema: ¿De dónde sacar la plata? ¿Poner impues­tos?… (y creo que éstos han puesto ya bas­tan­tes). Pero eso trae el pro­blema de que la gente se queja. Por el con­tra­rio, la maqui­nita es algo que se ha inven­tado y que la mayo­ría de la gente no lo sabe. Y ter­mina por des­truir al país.

Si usted fuera mañana minis­tro de Eco­no­mía, ¿cuál seríà la pri­mera medida que toma­ría?

Bueno, feliz­mente puedo estar seguro de que nadie me va a pedir que ocupe ese cargo. Y lo digo por­que debe ser un ver­da­dero dolor de cabeza. Un país en cri­sis es como un enfermo grave. Al enfermo grave hay que empe­zar a tra­tarlo por lo más urgente, por lo más vital. Eso es cor­tar el dis­pen­dio, cor­tar el gasto innecesario.

¿Y si yo le pido que me dé dos ejem­plos de dispendio?

Si le digo dos, no le digo nada. Ten­dría que darle dos­cien­tos y ponerme a escri­bir todo. Un gobierno no puede… Por eso yo siem­pre digo que las amas de casa son los ver­da­de­ros minis­tros de la eco­no­mía fami­liar. Y si usted les pre­gunta qué cor­ta­rían, ellas sabrían qué con­tes­tar. Esto es lo mismo. No puede seguir gas­tán­dose más que las entra­das. En Ale­ma­nia, des­pués de la Pri­mera Gue­rra Mun­dial, se pusie­ron a gas­tar como aquí y llegó el momento en que se iba à la plaza del mer­cado con carre­ti­llas lle­nas de bille­tes para com­prar lo del día, por­que no había bille­tes de muy alta denominación.

Hay quie­nes sos­tie­nen que la infla­ción no se debe exclu­si­va­mente a lo que usted llama maqui­nita, sino que hay una raíz estruc­tu­ral en el asunto. Es decir, un pro­ceso de redis­tri­bu­ción del ingreso, que suma para el con­sumo a deter­mi­na­das capas, y se enfrenta a una rigi­dez his­tó­rica en la oferta de la pro­duc­ción ali­men­ti­cia, ya cons­ti­tuye un fac­tor infla­cio­na­rio. No sólo eso: Hay quie­nes sos­tie­nen que un país como el nues­tro ten­drá que asu­mir la infla­ción como dolo­roso ingre­diente de su desa­rro­llo. El equi­li­brio óptimo del que usted habla sig­ni­fica sen­ci­lla­mente la pará­li­sis del país. Bra­sil vive con infla­ción y no ha enfren­tado nin­gún pro­ceso de reformas…

Pará­li­sis es la que tene­mos ahora aquí. Pará­li­sis es que la pro­duc­ción de la agri­cul­tura ha bajado y sigue bajando.

¿No hay enton­ces sino una expli­ca­ción —la suya— para la infla­ción? ¿No es posi­ble hablar de un pro­blema estruc­tu­ral, vin­cu­lado al desarrollo?

¡Eso de estruc­tu­ral! Yo quiero que me expli­que qué es un pro­blema estruc­tu­ral. Lo que está pasando ahora, no sé si es estruc­tu­ral pero es un pro­blema muy serio para las amas de casa.

En eso esta­mos de acuerdo. Pero lo que yo quiero es lle­gar à la esen­cia de su pen­sa­miento.

Ya lo he dicho. ¿Usted quiere que los pre­cios suban? Pón­gase a impri­mir bille­tes. Eso ha pasado en el Perú y en todas par­tes donde se ha hecho lo mismo. Pero es eso, de manera que todas esas expre­sio­nes… Usted está como los econo­mistas, que siem­pre hablan para que no los entiendan.

Pero usted es un enten­dido, un economista…

Pero no soy tan téc­nico ni soy tan buen eco­no­mista que sepa usar pala­bras que nadie entiende. A mí me preo­cupa que la plaza no cueste más. Cuando otros impri­men bille­tes y lla­man a eso medios de pago, yo lo llamo maqui­nita. Yo no entiendo ese voca­bu­la­rio. Yo estoy bien abajo…

Ese arte de sub­es­ti­marse para que otros lo sobre­es­ti­men es muy peruano, y muy inte­li­gente, pero…

Yo no quiero que usted me sobre­es­time, por­que cuando me conozca bien me va a esti­mar en lo que valgo, que es muy poco… Pero le diré que es muy grata una con­ver­sa­ción con usted. Por­que usted per­mite y busca que uno con­teste las cosas como son. A mí no me gusta usar pala­bras raras por­que creo que muchos las dicen para impre­sio­nar; como decía alguien, «para impre­sio­nar a los indígenas».

Ima­gino que usted ha tenido tiempo para medi­tar sobre los par­ti­dos polí­ti­cos del Perú, y tal vez habrá hecho una elec­ción íntima. ¿O sigue siendo de los in­depen­dien­tes?

En reali­dad no he tenido tiempo. No se olvide que sólo hace muy poco que estoy aquí. Y la infor­ma­ción que tengo es única­mente de las per­so­nas con quie­nes con­verso. No se puede decir que me informo de los perió­di­cos, por­que éstos no están hechos para infor­mar. Están hechos para no infor­mar. Están hechos para cojudear.

Ese es un tér­mino que a usted le gusta, ¿no? Por­que tam­bién lo emplea en su libro…

Mi len­guaje es el len­guaje de la cha­cra. Yo me crié en Cañete. Y las pala­bras que uso son las que me pare­cen que expre­san mejor lo que quiero decir…

No, si yo no tengo nada con­tra esa pala­bra. En este caso, me parece precisa…

¡Muy bien! ¡Así que a usted le parece pre­cisa! ¡Eso sí no me voy a olvidar!

Usted es un crio­llazo, don Pedro, y como buen crio­llazo es muy astuto. Pero le sugiero que no sea tan astuto por­que se va a notar. Y el arte de la astu­cia con­siste en que nadie repare en ella.

Fíjese, pues, el juego de pala­bras que me hace…

¿Por quién vota­ría usted?

¿Sabe lo que pasa?

¿Por quién vota­ría usted?

¡Cómo le voy a con­tes­tar si toda­vía nadie empezó su cam­paña! Sólo Haya hizo un dis­curso en la Plaza de Armas. Y des­pués otro en lca. Oiga usted, ¿y ya entre­vistó a Haya?

Sí.

¿Ahora?

No, ahora no.

Hay que hacerlo, tiene usted que hacerlo. No es abu­rrido estar con él.

Cuén­teme algo de usted. Le voy a decir con fran­queza que para mi gene­ra­ción usted sólo era un sím­bolo, alguien des­po­jado de espe­sor humano, una figura geométrica…

Me fregó, ah, ¡carajo!… Figura geométrica.

Lo que quiero decir es que usted era dema­siado una figura pública. Qui­siera saber algo de usted. ¿Lee usted? ¿Qué lee?

Leo sobre todo cues­tio­nes que están rela­cio­na­das con la economía.

¿Cuál es su autor pre­fe­rido en eco­no­mía? ¿Marx?

Marx es como Adam Smith.

¿Y Mil­ton Friedman?

Ese es el número uno. Por­que piensa en el ser humano como es y en las accio­nes de los gobier­nos como son. Hay eco­no­mis­tas, en cam­bio, que pien­san que la feli­ci­dad de los hom­bres se da por teo­rías. Bas­tan­tes teo­rías hemos tenido ya aquí. Había eso que se lla­ma­ban principios…

¿Las Bases Ideo­ló­gi­cas de la Revolución?

Las Bases Ideo­ló­gi­cas de la Revo­lu­ción. Que tal resul­tado, ¡carajo! ¡Si no hay ni pa” comer! ¡Y toda­vía dicen que si la Cons­ti­tu­yente pone de lado algo de eso, la anu­lan, la botan! Mil­ton Fried­man es otra cosa. El dice que las cosas hay que juz­gar­las por su resul­tado. El pasó por Chile y ahí se encon­tró con una serie de gente que había estu­diado en la Uni­ver­si­dad de Chicago, que habían sido sus alum­nos. Enton­ces, el les dijo: lo que hay que hacer es que los hom­bres actúen por sí mis­mos, que los lle­ven sus deseos de bene­fi­cio per­so­nal… No como Zim­mer­mann, que es un San Fran­cisco moderno. No había que aspi­rar a… ¿cómo le lla­man?, lucro. El lucro es un cri­men. Fried­man dijo: ¿Cómo quie­ren uste­des que un pobre hom­bre, que sacan del cuar­tel, pueda mane­jar la eco­no­mía? Tie­nen que hacerlo uste­des. Y lo que él dijo se empezó a apli­car. ¿Cuál es el resul­tado? Hasta hace un año y medio todos habla­ban pes­tes de Pino­chet. Ahora, están hablando de cómo están mejo­rando las cosas en Chile. Eso lo oye usted no sólo en Chile sino en Esta­dos Unidos.

Para mucha gente, usted es el repre­sen­tante más neto de la dere­cha, de la reac­ción en el Perú. ¿Qué piensa de eso?

Con mi vul­ga­ri­dad de cha­cra ya le iba a decir una pala­bra que no debo…

Dígala, nomás, don Pedro, vamos…

No me intere­san las dere­chas ni las izquier­das. Me impor­tan un cara­col. Y no se dedi­can a hacer el bien a nadie. Yo lo que quiero hacer es el bien a la mayo­ría. A mí que me lla­men reac­cio­na­rio, de dere­cha, no me importa. Para hablar de polí­tica hay que hablar del bie­nes­tar de la gente, que es la medida de todo.

¿Cree usted que el régi­men de Prado buscó el bie­nes­tar de las mayorías?

Infi­ni­ta­mente más que éste. Es decir, no se com­para. Nunca hemos estado en una situa­ción como la de ahora.

¿Usted cree que el gobierno de Manuel Prado fue un gobierno para el pueblo?

Infi­ni­ta­mente. ¡Va usted a comparar!

Claro que eso no fue para alguna gente.

¿Para qué gente?

Para los cam­pe­si­nos de Ran­cas, por ejemplo.

Yo no sé qué hacían los cam­pe­si­nos de Ran­cas. Pero sí sé que ahora la pro­duc­ción está bajando en toda la agri­cul­tura. Y eso afecta a todo el mundo.

¿Usted cree que la reforma agra­ria no era nece­sa­ria para el país?

¿A qué se refiere? ¿Al dis­pa­rate que han hecho? Vaya usted a Ita­lia y va a ver lo que es reforma agra­ria. Pero lo que han hecho aquí es un cri­men. Yo toda la vida he sido par­ti­da­rio de la reforma agra­ria, pero eso sig­ni­fica que la tie­rra pro­duzca más, que haya más ali­men­tos. Aquí se han atre­vido a dar la medida que debe tener cada cha­cra, como si la tie­rra fuera igual en todas par­tes. Eso revela una igno­ran­cia absoluta…

¿Usted cree que la «revo­lu­ción verde» podría sus­ti­tuir à la reforma agraria?

No le llame reforma agra­ria a esto. Esto es el dis­pa­rate agra­rio. La «revo­lu­ción verde» es vital en todas par­tes. Cerca de Manila se ha arre­glado un cen­tro téc­nico para hacer la «revo­lu­ción verde». Han aumen­tado diez veces el ren­di­miento de la tie­rra. Eso sí es bueno para la pobre gente…

(Reproducido en Proyecto República)


Escrito por

Paul Laurent

Ensayista. Autor de los libros \"Summa ácrata. Ensayo sobre la justicia y el individuo\" (2005), \"La política sobre el derecho\" (2005), \"Teología y política absolutista en la génesis del derecho moderno\" (2005) y \"El misterio de un liberal. El extraño sen


Publicado en

Odiseo en tierra

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