La superficialidad de Lechín
Según Claudio Lechín, el pensamiento liberal es políticamente superficial. A su entender, lo es porque renuncia a la acción de proceder al margen de sus dogmas. ¿Cuáles dogmas? Obviamente los que conciernen a la defensa de los derechos individuales y el gobierno limitado.
Claro está, estamos ante quien repudia un ideario que no acepta proceder como lo haría cualquier comunista, nacional-socialista, conservador o simplemente no liberal. En esa línea, la supuesta superficialidad que Lechín ve en el liberalismo remarca una imposibilidad de actuar fuera de los principios de legalidad “cuando las circunstancias lo exijan”.
¿La excepción debería de mandar sobre la regla? Frente a ello es evidente que los derechos serán poca cosa, sino es que no serán nada. Eso no es un parecer novedoso. Es tan añejo como antiliberal. Modernamente, Carl Schmitt (el jurista predilecto de Hitler) se hizo célebre con ese tipo de apuestas.
He ahí el punto. Un punto contra el cual el liberalismo sentó hace mucho todo el peso de unos argumentos que hacen que las razones político-jurídicas y económicas marchen como las dos caras de una misma moneda, como un todo único e indesligable. Por ello, resulta curioso que Lechín realce las propuestas liberales en materia económica y tenga a menos las propuestas liberales en materia política.
Realmente, ¿qué entenderá por propuestas económicas liberales? Como ejemplo, señala que el liberalismo no admite monopolios. Craso error, los monopolios per se no son repudiados por el liberalismo. Y no lo son si es que nacen del pleno ejercicio del derecho a la libre empresa tanto como por la libre preferencia de los consumidores. El monopolio que el liberalismo rechaza es el que se impone vía imposición legal, sea para provecho de particulares o como del propio estado.
Debemos de colegir que para Lechín el liberalismo es demasiado liberal para su gusto. En su lógica, la cara política del liberalismo es inoperante porque no acepta patear el tablero del respeto a normas y derechos. Para mayores señas (siempre según a su entender), una tradición de pensamiento que no encaja en repúblicas subdesarrolladas. Por ende, no sirve porque se niega la capacidad de emplear el poder político antiliberalmente.