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Liberalismo real

Lo que el ideario liberal aboga es que la sociedad se ponga a salvo de los políticos a secas, y con mayor razón si esos políticos muestran síntomas de incontrolado delirio y se dicen llamar “liberales de acción”.

Paul Laurent

Publicado: 2014-03-27

Si se asume que hay un liberalismo real (que opera políticamente), no será por demás complicado intuir que ese liberalismo no tiene por qué ser necesariamente muy liberal que digamos. Al respecto, uno de los mayores exponentes locales de ese tipo de “liberalismo” incluso llega a confesar que: «No es viable un liberalismo que sólo busque la preservación de las libertades.» (vid. Eugenio D’Medina Lora, El hilo conductor. La viabilidad del liberalismo en América Latina, Prólogo de Carlos Alberto Montaner, Unión Editorial, Madrid, 2013, p. 366).

A confesión de parte, relevo de prueba. En los “liberales realistas” (o liberales decisionistas, si nos apoyamos en el jurista predilecto de Aldo Mariátegui y del nacional-socialismo: Carl Schmitt) los principios liberales son obviables, algo así como “poca cosa”. Desde ese proceder, matar y robar (rociar con Napalm a los “enemigos” antimercado y rescatar bancos de los “amigos” que cometen fraude o quiebran dolosamente, por ejemplo) puede estar plenamente justificado. Según ese raciocinio, la excepción prima sobre la regla.

Por semejante motivo, es claro que para este tipo de “liberales de acción” (se jactan de embarrase los zapatos y de sudar la camiseta) el ideario de primacía de derechos y libertades es baladí frente a su reivindicación de lo pragmático. Sin empacho, el filósofo William James estaría orgulloso de ellos. No en vano para este autor el pragmatismo es la reivindicación de un proceder sin valores de ningún tipo, sin moral, ni ética. A todas luces, el corpus doctrinario ideal para un psicópata.

He ahí el piso desde donde furibundamente repudian a los “académicos” del librecambio, a esos que (según ellos) onanísticamente se mueven en el mero campo de las ideas, trabajan en thinks-tanks, ejercen la docencia, dan conferencias, van a cócteles en hoteles, escriben en revistas especializadas, publican libros y viajan a eventos en la materia. Curiosamente, muchos de los autodenominados “liberales de acción” se mueven en esos mismos ámbitos y oficios, o sueñan con moverse en ellos (insistentemente solicitan a los organizadores de esos eventos o directores de dichas publicaciones poder participar de lo mismo que critican a otros).

No dudo que la mentalidad del hombre de acción es singular. Es decir, es altamente diferenciada del resto de los mortales. En pocas palabras, son especiales. Febriles para más señas, por ello repudian a los que no los siguen en sus ofuscaciones. Quizás ahí esté el motivo principal de su ojeriza contra todo aquél que no procede como ellos, que no los acompaña, que nos los sigue.

Todo indica que es un problema de personalidades, de egos tan incomprendidos como solitarios. Sin duda, debe de ser muy triste embarrase los zapatos y sudar la camiseta sin mayor aplauso alrededor.

En virtud a lo expresado, la sola existencia de ese tipo de “liberales” confirma más que nunca lo que el liberalismo doctrinario (el de los libros de historia, de política y filosofía) siempre ha vociferado: que el poder político no puede estar sin amarras, sobre todo si quien es amarrado jura y rejura que nadie más que él es un auténtico liberal.

Lo que el ideario liberal aboga es que la sociedad se ponga a salvo de los políticos a secas, y con mayor razón si esos políticos muestran síntomas de incontrolado delirio y se dicen llamar “liberales de acción”.


Escrito por

Paul Laurent

Ensayista. Autor de los libros \"Summa ácrata. Ensayo sobre la justicia y el individuo\" (2005), \"La política sobre el derecho\" (2005), \"Teología y política absolutista en la génesis del derecho moderno\" (2005) y \"El misterio de un liberal. El extraño sen


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Odiseo en tierra

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