Planificación económica
Como se infiere, partimos de la idea de que el hombre no viene al mundo conociendo lo que anhela. Todo lo contario, lo desconoce. Y sólo podrá enterarse de ello departiendo con sus semejantes. Por ello personajes como los héroes de las novelas de Ayn Rand sólo son dables en la ficción, no en la vida real. A no ser que estemos ante un perturbado mental que desde su más tierna infancia vive obsesionado con específicas metas a alcanzar. Tan específicas que desde su tierna edad las tiene totalmente advertidas hasta en sus más mínimos detalles.
Obviamente, no se puede evocar la vida como un universo dado de antemano. Felizmente necesitamos vivirla para saber lo que podemos aprehender de ella. Sólo de ese modo es como atrapamos objetivos que a priori no se suelen dar. Objetivos siempre vagos a pesar de su intensidad, pues la mera existencia suele ir modificándolos. Ello en la medida de que estos acaecen a partir del sempiterno proceso de descubrimiento que es la vida misma.
En virtud de lo indicado, planificar fuera de los marcos de la experiencia de los particulares demandaría no sólo una incomprensión de lo que es directamente el devenir económico de cada actor, sino también la negación del soporte jurídico que sostiene esa economía tanto como cada uno de los factores (conscientes e inconscientes) que contribuyeron a ese aprendizaje. Por lo mismo, ¿cómo dar cabida a que se permita que la biografía de la gente se altere por obra y gracia de terceros que se juzgan omniscientes conocedores de lo que exactamente quieren los demás?
Sin duda el punto medular de esa pretensión se encuentra en que los defensores de la planificación económica juzgan precisamente que el individuo racionalizador no sabe lo que quiere, cómo lo quiere y cuál habrá de ser el camino más idóneo para alcanzar lo que quiere. Esa es la razón por la que se procede a superponer una holística planificación (innegablemente autoritaria) por sobre la singular planificación de los que únicamente se mueven invocando derechos para moverse hacia sus privativos fines.
Claramente estamos entre la pugna entre los que se imponen por medio de la fuerza y los que proceden desde acuerdos consentidos y pacíficos. Por ende, el defensor de la planificación económica conjetura que el problema del individuo racionalizador se centra básicamente en que es justamente un mero individuo racionalizador. Parafraseando a Louis Ferdinand Céline en L’Église (1933), ese es el problema de ser sólo un individuo, en ser un muchacho sin importancia colectiva.
Ahora, ¿cómo traducir legalmente el proceder de ese muchacho sin importancia colectiva? A entender de James Buchanan, ese puro interés particular no se esfumará por más que se considere que se actúa dentro del estado, el autoproclamado representante de la colectividad. Ciertamente, los intereses privados no se aplacarán. Simplemente procederán sobre un esquema institucional que superpondrá los intereses particulares de los que detentan el poder político por sobre los que únicamente tienen derechos que les permiten hacer economías.